–Con
ustedes, señoras y señores, la borracha de la fiesta. Muy bien, muy bien, señorita,
memorable: ¿le faltó hacer alguna cosita más?
–Claro,
recordar al otro día qué hice.
–¿A
qué cuentos tanto espectáculo? ¿tanto alcohol?
–No
iba a soportar tan patética situación, no al menos en sano juicio: ¿a quién
putas le gusta ver a una buena mujer sufriendo? Además, no fui yo, es mi
maldito vicio de siempre de quedar muy bien. Lo mejor posible, con todos. Y,
bueno, esta vez era imposible.
–¿Por
qué?
–Porque
quien está en el medio es el que más sufre. Como se cree sin compromiso, todos
lo ven –mejor dicho, el mismo se ve– con la obligación de ser el centro de
atención y neutralizar las cargas negativas. No sufre quienes están en su extremo,
muy convencidos de todo, sino uno que de metido acaba viendo una situación en
su completa dimensión y dice: Hay gente piroba, y yo soy una, y hagamos el
trabajo.
–¿Te
arrepentís de algo?
–Técnicamente
de nada, lo que sale de mí siempre es sincero. Más si hay alcohol, y mucho más
si hay más alcohol. La muchachita es muy buena, mordaz, insolente,
aparentemente buena gente a pesar de que estaba visitando el bajo mundo de su
ciudad. Lo que pasa es que con decirle una sola vez que era muy buena, habría
bastado. ¿Para qué decirle que era la mejor bloguera de la ciudad, del país,
del mundo y el sistema solar? Sobraba.
–¿Y
con la otra?
–Se
me sale lo católica, y hagan el favor de mandarme un látigo, ¡ya! Con la otra
logré lo que nadie, lo que ni siquiera el patán logró: hacerla sentir nada al
lado de una mujer que supuse brillante. Todavía me siento mal. Más cuando fue
una mujer que probó finura, que sufrió en silencio cuanto ataque le vino en la
noche. Ataques del patán, que eran más o menos inevitables, y ataques míos que
eran muy muy evitables. Solo hice algo bien en la noche: decirle que ella sí
había hecho bien. Después me la pasé de muy chistosita diciendo las mil
virtudes de la otra, virtudes, al fin y al cabo, inútiles. Porque aquí la mujer
de verdad era esta.
–¿Supiste
que después la bloguerita dijo que la imitabas?
Por
supuesto, y por eso le estoy dando la razón con esta entradita, que tampoco es
que sea lo más original de ella.
–Pero
¿qué pensás?
Que
demás que sí: qué pecao, la bloguerita cree que inventó el drama, y no hay que
decirle que no porque se deprime. Niña: su éxito es el humor, yo con eso no
cuento. Tampoco tengo mucha vida. Deje de mirar tonterías y escriba. En todo
caso merezco lo que dijo por lambona y boba.
–¿Qué
viene ahora?
Lo
bueno de que a uno le digan que imita, es que da muchas, carajudas, ganas de
sentarse a escribir hasta demostrar que no. Que uno puede escribir muy mal,
pero no imitar. Menos a una mimadita de esas.