Fotografía: Juan Esteban Hernández. |
Coordinar,
enseñar y aprender, salir a la calle con sus estudiantes y volver siempre a su
familia: esa es la vida de la profesora Yolanda López.
Rubí tiene
una flor roja en sus manos. Se acerca al salón, algo tímida, muy feliz, llama a
la puerta y espera a que la profesora, al otro lado, termine su conversación en
el teléfono.
“A mí me
gustan mucho las rosas —dice mientras repara en el tallo de la rosa que está
por entregar—. Por eso le regalo esta: porque usted me ha ayudado mucho”.
Yolanda, la
profesora, todavía sin saber qué decir, abraza a la estudiante de ojos claros.
Emocionada, luego de algunos segundos, comienza a repetir: “Yo no he hecho nada,
en serio. Han sido mis estudiantes, mis compañeros; yo solo he sido un puente,
una facilitadora de procesos”.
En octubre
han llegado toda clase de rosas y felicitaciones para Yolanda Lucía López
Arango –Bacterióloga y Laboratorista clínica, magíster en Salud Pública–. En
menos de quince días la llamaron para contarle dos noticias: sería reconocida
durante la celebración de los cien años del Laboratorio departamental de salud
pública y recibiría el Premio a la Extensión 2014 de la Universidad de Antioquia.
Ella, una
mujer de cuerpo pequeño, eterna aprendiz, de sonrisas grandes y profundas, solo
acató a repetirles a todos: “Pero si yo no he hecho nada: soy solo un puente”.
Los caminos
Yolanda
quería ser profesora de matemáticas, pero su mamá no estuvo de acuerdo con la
idea: los profesores tenían que hacer un año rural y recién había muerto su
esposo. No sabía en ese entonces doña Flor Arango que, a cambio, tendría una
hija que durante once años viajaría por todo el departamento mientras detectaba
y capturaba en sus manos toda clase mosquitos y garrapatas.
La
bacteriología fue más una decisión de la vida, que de la propia Yolanda. Ya
había comenzado a estudiar Administración de empresas, cuando leyó
Bacteriología y Laboratorio clínico en alguno de los volantes del Colegio
Mayor. No sabía qué era nada de eso, pero le interesaba la salud. Cuando supo
que los bacteriólogos no tenían que estudiar con cadáveres –asunto que le
preocupaba–, eligió la carrera: “Menos mal la vida terminó llevándome por los
caminos de la salud, el control y la prevención”.
Fue buena
estudiante, siempre, pero solo entendió y se enamoró de la Bacteriología cuando
empezó la práctica en el Laboratorio Departamental de Salud Pública. Es decir,
cuando detrás del parásito del paludismo, por ejemplo, pudo ver los problemas
higiénicos y sanitarios de comunidades que estaban en el olvido: “En el
Laboratorio aprendí que los determinantes de la salud son muy diferentes, que
la gente se enferma diferente según sus condiciones de vida. Íbamos a las zonas
donde se criaban los mosquitos, los recolectábamos, los llevábamos al
laboratorio y le enseñábamos a la comunidad cómo identificarlos, cuál era su
ciclo de vida y cuáles eran las medidas de prevención en casa”.
Jovencita,
recién graduada, hizo parte del primer Laboratorio de Entomología de Antioquia
y comprendió que solo en el terreno podía ser estudiada la salud pública. Once
años después, cuando el Laboratorio empezó a desmantelarse por la Ley 100,
decidió irse. Fue cuando se vinculó a la Universidad de Antioquia: primero en
un proyecto de vigilancia epidemiológica, luego como docente de la Escuela de
Microbiología y, finalmente, docente del Grupo de Desarrollo Académico de Salud
y Ambiente de la Facultad Nacional de Salud Pública.
La vida en la
U
Apenas entró
a la Universidad de Antioquia, el 30 de enero de 2000, cogió alas. Tenía dos
cosas claras: a los estudiantes había que llevarlos a recorrer su ciudad y
había que hablar de salud ambiental en la carrera del bacteriólogo. Eso hizo:
“Hago lo que me enseñaron a mí: ir con los estudiantes a cárceles, a los
barrios, estudiar con ellos los programas de salud de los hospitales. Yo tengo
que enseñar la salud pública real, la del contexto”.
A sus
estudiantes les ha enseñado a volver. Por eso más que investigaciones, acompaña
procesos: desde 2012 y por iniciativa de uno de sus estudiantes, Juan Carlos
Tabares, participa en un proyecto de educación
ambiental en el manejo seguro de plaguicidas y otros agroquímicos por
campesinos agricultores en Marinilla. Pasó algunos años estudiando con otras
jovencitas la situación de los recolectores de basura en nueve corregimientos
del Área Metropolitana. “Yo
siempre me voy con ellos, yo no soy capaz de quedarme sentada en una oficina”,
concluye Yolanda.
Pareciera,
lo comentan sus compañeros, que siempre tiene que estar moviéndose en dos o más
líneas: “Es muy proactiva, hasta hiperactiva, tiene la capacidad de manejar
varias cosas en la mente y que nada se le olvide, con el mismo compromiso”,
dice Mauricio Londoño, compañero de trabajo.
Hogareña y
muy religiosa, Yolanda suele estar acompañada durante los fines de semana por
toda su familia. La tarde del ocho de octubre, mientras reconocían su trabajo
de una década por la extensión en la Facultad Nacional de Salud Pública, ella
se repetía: “He sido solo un puente”.
Uno muy
sólido, en cualquier caso.
(Revista
Frutos, Vicerrectoría de Extensión UdeA, 2014)