domingo, 13 de enero de 2013

Terror


Otra vez mamá en un ataúd, pero esta vez también papá. Ambos muertos. A y yo huérfanas; eso gritamos y pataleamos ante un montón de desconocidos que están cerca, que parecen familiares pero no lo son. La peor pesadilla de todas, A a mi cargo. Y todos muertos, todos a mi alrededor, menos A. Mis amigas son las que son, pero hay algo más: todas tienen algún tipo de cáncer, solo que en el sueño el cáncer es una especie de gripa. Sin importancia, todo es común. Ni me preocupa, me preocupa A. Cómo hacerme cargo de A. Hay una extraña película. No recuerdo el argumento, pero cada que la vemos –A y yo– alguien muere. Lo mismo pasó con papá y mamá, pero a esa conclusión llego al final del sueño. Ocho horas, incesantes, sin cortes a comerciales: muertos y más muertos, enfermos, orfanatos, desconocidos, y A.

Es una película de terror. Todo el día me lo quedo pensando en lo mismo: ¿Hacerme responsable de A? Imposible, no hay manera. La imagen en el ataúd de mamá, otra vez. A los doce ya la había soñado, la tengo más que presente: un vestidito violeta, blanca, pálida, con florecitas amarillas por todo el lugar. Esta vez no recuerdo tanto, y eso que no han pasado más de 24 horas. A papá nunca lo había visto ahí. Pesadilla del demonio. Es menester de los cobardes morir antes que todos, así es que yo quiero.

Lo cierto es que sueño muy poco. O no recuerdo casi nada, qué sé yo. Estoy por pensar que es por mi bien, porque cuando recuerdo paso días insoportables y noches con miedo. ¿Hacerme yo cargo de A? Por dios, por lo mismo tengo muy claro que no seré mamá: nunca voy a crecer, todo lo que me gusta significa una prolongación nefasta de mi infancia, A es mucho más responsable y sensata. A siempre está pensando en vivir y yo en morir. No hay manera que yo en este mundo pueda responsabilizarme de alguien más, ni de mí. No hay manera, carajo. 

sábado, 12 de enero de 2013

Un comienzo siempre es un final


Llegué hasta aquí.
Puedo hacer dos cosas: seguir como voy, es decir, no seguir. No avanzar.
O, lo que intento, coger carretera.
Coger carretera en el sentido más cercano a mí: escribir.
Lo más seguro es que aquí no pase nada. Como en mi vida. Pero escribo porque confío en que pueda pasar solo una cosa más: el olvido.
Hasta ahora vengo a entender que desde que pasó lo que pasó en mi vida lo único que he debido hacer es escribir. No hablar y hablar y chillar, sino escribir y callar más. Este es el hastío: por eso prefiero callar en muchas otras partes, y aturdirme acá. Encontrar un solo lugar en el que pueda ser yo y pueda decir lo que bien me venga en gana sin esperar ninguna aprobación. Sin tener que escuchar. Revolverme en mi propio dolor –una y otra vez– hasta que pueda salir, no digamos airosa, pero salir.
Técnicamente hace un año no pasó nada. Hoy tampoco.
Pero he logrado que pase todo dentro de mí.