Otra vez mamá en un ataúd, pero esta vez
también papá. Ambos muertos. A y yo huérfanas; eso gritamos y pataleamos ante
un montón de desconocidos que están cerca, que parecen familiares pero no lo
son. La peor pesadilla de todas, A a mi cargo. Y todos muertos, todos a
mi alrededor, menos A. Mis amigas son las que son, pero hay algo más: todas
tienen algún tipo de cáncer, solo que en el sueño el cáncer es una especie de
gripa. Sin importancia, todo es común. Ni me preocupa, me preocupa A. Cómo
hacerme cargo de A. Hay una extraña película. No recuerdo el argumento, pero
cada que la vemos –A y yo– alguien muere. Lo mismo pasó con papá y mamá, pero a
esa conclusión llego al final del sueño. Ocho horas, incesantes, sin cortes a
comerciales: muertos y más muertos, enfermos, orfanatos, desconocidos, y A.
Es una película de terror. Todo el día me lo
quedo pensando en lo mismo: ¿Hacerme responsable de A? Imposible, no hay
manera. La imagen en el ataúd de mamá, otra vez. A los doce ya la había soñado,
la tengo más que presente: un vestidito violeta, blanca, pálida, con florecitas
amarillas por todo el lugar. Esta vez no recuerdo tanto, y eso que no han
pasado más de 24 horas. A papá nunca lo había visto ahí. Pesadilla del demonio.
Es menester de los cobardes morir antes que todos, así es que yo quiero.
Lo cierto es que sueño muy poco. O no recuerdo
casi nada, qué sé yo. Estoy por pensar que es por mi bien, porque cuando recuerdo
paso días insoportables y noches con miedo. ¿Hacerme yo cargo de A? Por dios,
por lo mismo tengo muy claro que no seré mamá: nunca voy a crecer, todo lo que
me gusta significa una prolongación nefasta de mi infancia, A es mucho más
responsable y sensata. A siempre está pensando en vivir y yo en morir. No hay
manera que yo en este mundo pueda responsabilizarme de alguien más, ni de mí.
No hay manera, carajo.