Es decepcionante. Digo, el libro. El autor. Comienzo a
sentir que ha sido sobrevalorado, que son pobres sus recursos. A veces de muy
mal gusto. Nada más deprimente que ver a un escritor intentando ser gracioso:
la gente no debe intentar ser nada, ¡debe serlo!
…
Otra vez estoy harta de todos. Necesito –pronto,
urgente– una nueva obsesión. Una de esas que me hacen tanto bien, y que después
me ponen a morder el piso de lo lindo. Una persona nueva a la que me den ganas
de enviarle mensajes, canciones, lecturas. Escribirle correos. Alguien por
descubrir, que me diga sinceramente que me aprecia. Conocer y ser conocida, no
importa que como siempre el otro conozca de mí muy poco, eso mínimo que yo
misma he llegado a conocer, y luego se aburra de mi dramatismo. Estoy dispuesta
a sufrir por mis humillaciones, pero quiero que alguien me haga de nuevo
interesante el mundo.
Gente nueva, placeres nuevos. Conversaciones nuevas.
…
Es triste cuando no te responden mensajes de texto. A
veces me esfuerzo por entender eso de “si tus palabras no son más importantes
que el silencio, cállate”, eso que usted me repite tanto, pero igual me pone
muy mal. Triste, porque me veo intentando reactivar algo que evidentemente no
existe. Es decir, no es tristeza, miento, es una insoportable patadita al ego.
…
En conclusión: necesito
leer un libro mejor que el de este fin de semana. Y una bonita y nueva
obsesión. No Ogro, quiero otro tipo de obsesiones, no la que usted propone.
Necesito que un desconocido me diga que me ha empezado a querer. Eso es la
vida.
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