Nací
mujer. A usted, apreciado lector o lectora, le parecerá un hecho cualquiera, el
cruce de unos cromosomas, un juego de azar, una vuelta más o menos de la ruleta.
A mí no. Por años, los de mi infancia, ese resultado ínfimo de la genética o
del destino me pareció aterrador. Ser mujer me era un castigo. Una vergüenza.
Una maldición. Una derrota. Una humillación. Un dolor punzante. Vamos a
resumirlo: una tragedia.
Mujer
era mi madre y yo quería ser cualquier cosa —ave de mal agüero, polilla de ropa,
canto rodado— menos mi madre. A la luz de aquellos ojos, los de mi infancia, mi
madre tenía escasa gracia. Ocuparse de las tareas de la casa me parecía una
labor ridícula y espantosa. Era bellísima, sí, pero siempre estaba un paso
atrás. Yo quería ser mi padre, que hablaba de casi cualquier tema con
propiedad, que salía y volvía a casa con dinero, que tomaba la última decisión en
la familia. Yo quería ser como mi padre, aunque todos me vieran con la condescendencia
de mi madre.
He
sido afortunada, sin embargo. Estudié la carrera que quise, periodismo, y la
ejerzo en un ambiente universitario que me permite ver y cuestionar. Los
acosos, por ejemplo. Los piropos o los comentarios que tenés que aguantar en la
calle y lo afortunada que te tenés que sentir o lo desafortunada por no ser
digna de ellos. También las veces que te ignoran por ser mujer y por tanto
menos inteligente, aunque sea en una universidad. Las miles de veces que te
calla un hombre y te explica. Hace poco, la periodista Josefina Licitra narraba
en un panel de reporteros una costumbre vieja que tiene con sus amigas. Cuando
alguna de ellas se siente incapaz de una crónica, otra le dice: “A ver, dilo
como un hombre”. Y al decirlo como hombre, cada una de ellas siente que sí es
capaz, que puede contar el relato. Lo más aterrador de la anécdota, concluía
Licitra, es que persiste en ellas.
He
entendido en estos últimos años, los de mi adultez definitiva, que ser mujer no
es una tragedia ni una maldición, sino un hecho político, una responsabilidad. Que
mis sentimientos de derrota y dolor son una construcción que le viene muy bien
al sistema capitalista, patriarcal y todavía colonial. Este sistema genera
frustración y cuando te sientes todo el tiempo en la lona no tienes fuerza para
pensar en tus sueños y mucho menos en los de los otros. A este sistema le
conviene tu silencio. Le convienen las calles vacías. Le convienen las
enemistades. Le conviene que no hayan protestas afuera y que si las hay sean no
se salgan de las márgenes. Por eso yo decidí que nunca más. Nunca más iría ni
calladita ni despistada. Cada decisión nuestra, sobre todo si sos mujer, sobre
todo si naciste con privilegios, repercute.
Ahora
estamos en un punto gratísimo de la historia. Uno que nos obliga a pensar más allá
de la idea de igualar en derechos a hombres y mujeres. Uno que nos lleva a
poner crisis el mundo como lo conocemos. La lucha ahora es por la defensa de la
vida, la protección de los territorios, del agua, la soberanía alimentaria, la
agroecología, el cooperativismo. ¿Te imaginás, mamá? Un sistema con cualidades
femeninas. A los ojos de mi yo actual, las veo en vos: una mujer solidaria, inteligente,
intuitiva, emocional, que nos enseñó valores como la escucha y la colaboración,
quien siempre tuvo las ideas brillantes en casa. Las ideas que funcionaron,
porque papá siempre ha hablado de más.
Después
de los logros de la primera, segunda y tercera ola, como el acceso a la
educación y al voto, el feminismo se piensa como una fuerza tan radical que puede
extender su lucha hacia el circuito de la vida en general. Ya no nos interesan
tanto las mujeres presidente o sacerdote, interpreto yo, aunque son pasos que
hay que buscar, porque esas instituciones están podridas. La cuarta ola se
propone desarrollar, entre otras cosas, un concepto más amplio de economía que pone
en el centro la vida y no la producción no los mercados. Es más, a este
feminismo no le importa cómo funcionan esos mercados sino cómo les va a las
personas con el tipo de vida que están sosteniendo y de qué modo. Esta economía
feminista incluye las labores históricamente ejecutadas por mujeres e invisibilizadas
como el cuidado. Madre mía, cómo no verte ahí cuando tantas veces nos cuidaste
para que regresáramos sanos y fuertes al colegio o al trabajo o a la vida.
¿Quién te pagó eso? Cómo no verte cuando se habla de economías populares,
sociales y comunitarias.
Estas
mujeres, sobre todo, proponen hacer de lo personal un asunto político. Ante un
sistema de dominación y explotación, que todo lo privatiza, mujeres y hombres y
demás sexos respondemos con prácticas de solidaridad y colaboración. Ante un
sistema que nos lanza a la competitividad, al individualismo y al miedo, respondemos
trabajando en equipo. No hay otra forma de resistir que la comprensión de que aquello que le pasa a una comunidad, nos pasa a todos,
porque lo que está en juego es la reproducción de la vida.
El sistema contrataca, por supuesto.
Arremete con el desprecio o la mofa al movimiento. Arremete con odio, sí, pero
también con más condescendencia. Arremete con violencia. Nuestra tarea es
resistir, vencer el miedo y lograr imaginar otras formas de vida posibles. Esta
es una revolución, dice la escritora María Moreno, sin pasado y sin fracaso. La
revolución feminista es una revolución con futuro. Lo hemos leído en los murales:
“El futuro será feminista o no será”. El feminismo es la fuerza más interesante
en el mundo de la política. Algunos la llaman hermosamente “la política de lo
común”, porque recuperamos el control de nuestras vidas y de nuestros destinos
sociales.
Ahora veo a mamá —recién levantada de
un infarto— diciéndole a papá que el tubo de la ducha tiene arreglo. Y acierta,
a pesar de lo desconfiado que es él. Es una nimiedad que me lleva a recordarla
en la noche después del cateterismo resistiendo escalofríos y dolor, y también
me lleva a las mañanas antes de salir para el colegio cuando me repetía una y
otra vez: hay que compartir, Eliana… como si fuera la única lección que
quisiera para mí. Así que sí tenés ocho o veinte o
cincuenta años, naciste mujer y te odiás, o naciste hombre y esto te parece
ridículo, yo te digo: ser mujer es resistencia. Un muro de contención. Un
aliento. Una posibilidad. Una palabra. Un poema de esos que se escribe después
de la guerra.
*Publicado en: Revista Calipigia
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