jueves, 18 de junio de 2020

A mamá


Nací mujer. A usted, apreciado lector o lectora, le parecerá un hecho cualquiera, el cruce de unos cromosomas, un juego de azar, una vuelta más o menos de la ruleta. A mí no. Por años, los de mi infancia, ese resultado ínfimo de la genética o del destino me pareció aterrador. Ser mujer me era un castigo. Una vergüenza. Una maldición. Una derrota. Una humillación. Un dolor punzante. Vamos a resumirlo: una tragedia.

Mujer era mi madre y yo quería ser cualquier cosa —ave de mal agüero, polilla de ropa, canto rodado— menos mi madre. A la luz de aquellos ojos, los de mi infancia, mi madre tenía escasa gracia. Ocuparse de las tareas de la casa me parecía una labor ridícula y espantosa. Era bellísima, sí, pero siempre estaba un paso atrás. Yo quería ser mi padre, que hablaba de casi cualquier tema con propiedad, que salía y volvía a casa con dinero, que tomaba la última decisión en la familia. Yo quería ser como mi padre, aunque todos me vieran con la condescendencia de mi madre.

He sido afortunada, sin embargo. Estudié la carrera que quise, periodismo, y la ejerzo en un ambiente universitario que me permite ver y cuestionar. Los acosos, por ejemplo. Los piropos o los comentarios que tenés que aguantar en la calle y lo afortunada que te tenés que sentir o lo desafortunada por no ser digna de ellos. También las veces que te ignoran por ser mujer y por tanto menos inteligente, aunque sea en una universidad. Las miles de veces que te calla un hombre y te explica. Hace poco, la periodista Josefina Licitra narraba en un panel de reporteros una costumbre vieja que tiene con sus amigas. Cuando alguna de ellas se siente incapaz de una crónica, otra le dice: “A ver, dilo como un hombre”. Y al decirlo como hombre, cada una de ellas siente que sí es capaz, que puede contar el relato. Lo más aterrador de la anécdota, concluía Licitra, es que persiste en ellas.

He entendido en estos últimos años, los de mi adultez definitiva, que ser mujer no es una tragedia ni una maldición, sino un hecho político, una responsabilidad. Que mis sentimientos de derrota y dolor son una construcción que le viene muy bien al sistema capitalista, patriarcal y todavía colonial. Este sistema genera frustración y cuando te sientes todo el tiempo en la lona no tienes fuerza para pensar en tus sueños y mucho menos en los de los otros. A este sistema le conviene tu silencio. Le convienen las calles vacías. Le convienen las enemistades. Le conviene que no hayan protestas afuera y que si las hay sean no se salgan de las márgenes. Por eso yo decidí que nunca más. Nunca más iría ni calladita ni despistada. Cada decisión nuestra, sobre todo si sos mujer, sobre todo si naciste con privilegios, repercute.

Ahora estamos en un punto gratísimo de la historia. Uno que nos obliga a pensar más allá de la idea de igualar en derechos a hombres y mujeres. Uno que nos lleva a poner crisis el mundo como lo conocemos. La lucha ahora es por la defensa de la vida, la protección de los territorios, del agua, la soberanía alimentaria, la agroecología, el cooperativismo. ¿Te imaginás, mamá? Un sistema con cualidades femeninas. A los ojos de mi yo actual, las veo en vos: una mujer solidaria, inteligente, intuitiva, emocional, que nos enseñó valores como la escucha y la colaboración, quien siempre tuvo las ideas brillantes en casa. Las ideas que funcionaron, porque papá siempre ha hablado de más.

Después de los logros de la primera, segunda y tercera ola, como el acceso a la educación y al voto, el feminismo se piensa como una fuerza tan radical que puede extender su lucha hacia el circuito de la vida en general. Ya no nos interesan tanto las mujeres presidente o sacerdote, interpreto yo, aunque son pasos que hay que buscar, porque esas instituciones están podridas. La cuarta ola se propone desarrollar, entre otras cosas, un concepto más amplio de economía que pone en el centro la vida y no la producción no los mercados. Es más, a este feminismo no le importa cómo funcionan esos mercados sino cómo les va a las personas con el tipo de vida que están sosteniendo y de qué modo. Esta economía feminista incluye las labores históricamente ejecutadas por mujeres e invisibilizadas como el cuidado. Madre mía, cómo no verte ahí cuando tantas veces nos cuidaste para que regresáramos sanos y fuertes al colegio o al trabajo o a la vida. ¿Quién te pagó eso? Cómo no verte cuando se habla de economías populares, sociales y comunitarias.

Estas mujeres, sobre todo, proponen hacer de lo personal un asunto político. Ante un sistema de dominación y explotación, que todo lo privatiza, mujeres y hombres y demás sexos respondemos con prácticas de solidaridad y colaboración. Ante un sistema que nos lanza a la competitividad, al individualismo y al miedo, respondemos trabajando en equipo. No hay otra forma de resistir que la comprensión de que aquello que le pasa a una comunidad, nos pasa a todos, porque lo que está en juego es la reproducción de la vida.
El sistema contrataca, por supuesto. Arremete con el desprecio o la mofa al movimiento. Arremete con odio, sí, pero también con más condescendencia. Arremete con violencia. Nuestra tarea es resistir, vencer el miedo y lograr imaginar otras formas de vida posibles. Esta es una revolución, dice la escritora María Moreno, sin pasado y sin fracaso. La revolución feminista es una revolución con futuro. Lo hemos leído en los murales: “El futuro será feminista o no será”. El feminismo es la fuerza más interesante en el mundo de la política. Algunos la llaman hermosamente “la política de lo común”, porque recuperamos el control de nuestras vidas y de nuestros destinos sociales.
Ahora veo a mamá —recién levantada de un infarto— diciéndole a papá que el tubo de la ducha tiene arreglo. Y acierta, a pesar de lo desconfiado que es él. Es una nimiedad que me lleva a recordarla en la noche después del cateterismo resistiendo escalofríos y dolor, y también me lleva a las mañanas antes de salir para el colegio cuando me repetía una y otra vez: hay que compartir, Eliana… como si fuera la única lección que quisiera para mí. Así que sí tenés ocho o veinte o cincuenta años, naciste mujer y te odiás, o naciste hombre y esto te parece ridículo, yo te digo: ser mujer es resistencia. Un muro de contención. Un aliento. Una posibilidad. Una palabra. Un poema de esos que se escribe después de la guerra.
*Publicado en: Revista Calipigia

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